Esa es la prueba de que me he ido.
¿Y cómo se siente esto de volver?
Pués depende de a dónde vuelvas.
¿Y cómo se siente haberte ido?
Pués, depende de dónde te hayas ido.
Es que resulta imposible ser de blancos y negros con estas preguntas.
Aunque debo confesar que me encantaría poder dar una respuesta fija y estándar, sin tener que pensar a dónde vuelves y de dónde te has ido.
Porque esto, sin duda hace de una pregunta simple un proceso muy complejo.
¡Huy! también es importante considerar quién te pregunta antes de dar la respuesta. Quien te pregunta puede querer una respuesta verdaderamente honesta o simplemente preguntar por amabilidad.
Créeme que preferirás que lo haga por amabilidad y así no tener que pensar tanto para responder, allí, sí podrás tener respuestas predefinidas, e incluso atreverte a sacarlas al azar sin necesidad de mirar antes de lanzarla.
Por ejemplo:
Volver, es bueno volver.
Pues bien, siempre se puede volver!
Algunas veces irse es lo correcto.
Para volver antes hay que irse.
Te aseguro que estas respuestas no te dejarán mal.
Además parecerá que te has tomado el tiempo para pensarlas.
Pero a ver, ya me he perdido de nuevo, hasta te he hecho una lista de respuestas cuando esto iba de mí y de la prueba de haberme ido.
Pero para que entiendas tengo que irme un poco más atrás, [tengo que volver].
Ayer comenzó todo, o más bien antes de ayer.
Porque ya sabía que volvía.
Que me iría.
A eso de las 12 de la noche estaba yo sentada frente al computador con un ataque de pánico de esos que me hacen llorar como niña, asustada, con el pecho apretado, las manos temblando y el corazón aplastado.
¿Qué pasaba? pués ya te lo he dicho antes.
Pero además, tenía que llenar todos esos requisitos desgastantes para poder viajar, declaraciones juradas, compromisos digitales, vacunas y el test con resultado negativo…
¡El puto test!…
Yo había estado tan distraída que claramente lo había olvidado.
Pero cómo le dices que no a un tren, paseo en la playa, visitar bazares chinos en busca de una obra de arte inexistente y sentarte en un parque, de noche, a contemplar cómo las hormonas de algunas personas parecen desinhibirse en la oscuridad.
Y como pensando que nadie los mira comienzan a besarse con una euforia que hasta genera envidia.
¿Será que quieren que los vean?
¿Será que no se percatan de que hay alguien más allí?
¿Será que simplemente no les importa nada más que ellos?
Egoístas.
Antes, pensaba que no se daban cuenta y se perdían en sus hormonas, ahora, me atrevo a afirmar que les gusta que los vean e incluso esto les llega a excitar más.
Es imposible que no noten que los ven.
Y aún así se comen a besos.
Sus manos se pierden bajo la ropa.
Y sus miradas se vuelven profundas.
¡Sus miradas!
Quizá es eso, se concentran tanto en comunicarse sin hablar y darse esos permisos para violar el espacio del otro, que probablemente se anula todo lo que ocurre a su alrededor.
Como te decía, a la 1:30 am luego de haber caído en cuenta de todo lo que tenía que hacer, llorando como niña despechada, escuchando música que no ayudaba para nada y pensando que la vida es tan detestable como atractiva, logré conseguí una cita para el test al siguiente día.
Tendría que volver a Málaga, aún sin tener tantas ganas.
Ese día no quería ir.
Quería quedarme en el lugar que por más de una semana había sido mi hogar. Sentirme segura, sin que nada ni nadie pudiese acceder a mí, a mi tranquilidad.
Para ser honesta quedé un poco golpeada por toda la energía que se movía allí, en el parque y de camino a la estación, la noche anterior.
Una pelea que no fue para nada agradable, eso también lo viví, en la estación de tren, mientras esperaba mi hora de volver.
Era una pelea extraña, se reclamaban sin entender, eludían sus miradas.
Que pendejos.
Debían abrazarse y saber que eso solo sería un instante.
A eso de las 2:45 me fui a dormir, el siguiente día tenía que ser productivo, y con el ánimo que tenía no pintaba nada bien. Pero me levanté, después de retrasar un par de veces el despertador, de pensar que quizá nada de esto tenía sentido, que quizá ni revisarían [el puto test].
¡Sí!, seguía llorando.
Sé que lo quieres preguntar y no te atreves.
De a ratos, y haciendo todo, pero llorando.
¿Por qué?
Te dije anteriormente que, hay respuestas que hacen complejas preguntas sencillas, esta es una de esas.
Me la voy a saltar.
En resumidas cuentas, me levanté, me di un baño con toda el agua caliente disponible, me vestí con lo que dejé más arriba en la maleta, trabajé, coordiné la hora de salida en tren y todo estaba bien.
Menos yo.
Seguía llorando.
A las 3 estaba en Málaga, tras 23 minutos en tren tenía que caminar para encontrar ese laboratorio en el que me harían [el puto test] me cobraban 30 euros, 70 euros menos que en laboratorio más económico que conseguí en Torremolinos.
Esa fue la razón para ir hasta Málaga esa tarde.
Además, tendría mi código QR con resultados negativos en una hora y así podría abordar el avión para regresar.
¿Cómo sabía que daría negativo?
Hierba mala…
3 países, 90 días de turista y del Covid nada.
Me esperaba una larga caminata hasta el Paseo de la Farola, donde decía el Google Map que quedaba la clínica.
Pero eso estaba perfecto, me encanta caminar. Sobre todo cuando mi cabeza está confundida y necesita sentirse libre, como quien vaga por la vida.
Mi cita era a las 5 y para variar, llegaría antes, o más bien exageradamente temprano. Disfrutaría mi caminata por la Alameda Principal y con suerte reconocería algunas caras de los negocios, porque ya había pasado muchas veces por allí.
Debo confesarlo, fantaseaba con una cara conocida, aun sabiendo que era imposible. Solo Dios podría generar una coincidencia tan perfecta.
Coincidir con alguien que me hiciera sentir como en casa, en ese lugar.
¿Se lo pedí?
¡Pués claro! con todas mis ganas. Pero dejándole claro que si no veía pertinente reconocer a alguien entre tanta gente, mejor dejara así.
Esto último como premio de consuelo cuando participas en una rifa y sales perdedor.
¡Eso es que no te convenía!
¿Cuántas veces has escuchado esta frase?
Sí, claro que llegué temprano al lugar.
Ni habían abierto.
Y también me perdí.
Di tres vueltas a la manzana buscando cómo entrar a la clínica que según en Maps estaba allí, justo donde había una clínica odontológica, que claramente no es un laboratorio. ¿O sí?
¡Pues sí! es que con lo que se ganan haciendo test de Covid para turistas, no es extraño ver a un odontólogo haciendo [el puto test] del Covid.
Lo bueno, me atendieron antes.
Quizá no fue lo único bueno, quizá Dios me escuchó y si bien no encontré un rostro conocido, logró secar las lágrimas de mis ojos, hacerme olvidar mis emociones y dibujarme…
¿Una sonrisa? no.
Dibujar en mi mente la oportunidad de vivir un nuevo día, un día que borrara la noche anterior.
Un día que me permitiera tener una despedida menos amarga de aquel lugar en el que dejaba una parte de mi.
Ya tenía todo resuelto, estaba en Málaga, por qué no lo intentaría.
De nuevo una larga caminata.
Esta vez me decidí a jugar, a sonreír y a disfrutar de aquel momento.
Imaginé que aquél que a lo lejos habla por teléfono y alza la mirada buscando a alguien podía estar buscándome.
Que aquel que con una sonrisa que ilumina su rostro corre y se esconde tras una columna, para sorprender a quien lo busca, podía estar jugando conmigo.
Y que aquel, vestido con sueter y mono negro que se encuentra sentado en el banco, observando a una niña jugar en el parque, de alguna forma me invita a sentarme junto a él…
Y por qué no, hasta nos reímos de la mujer que cree que está cantando, mientras da gritos espantosos en aquel paseo.
¿Cree que está cantando?
Sí, lo cree.
Pero no lo está haciendo, lo que hace es gritar.
Tanto que me hizo huir de esa efímera fantasía en la que caí por unos segundos.
La mente es mágica.
Si supieras todo lo que logra.
De allí, no sé cómo, caminé sin un rumbo claro y cuestionando el por qué tenía que saber a dónde iría, me adentré en las calles del centro, parecía recoger los pasos que dejé en noviembre, cuando estuve allí.
Me dejé cautivar por la magia malagueña y el misterio de esa montaña, en la que ya me había atrevido a estar. Pero en la que hoy estaría de una forma diferente, porque en mi mente era parte de un tour, de un último recorrido por la ciudad.
Un mirador entre montañas.
Un camino de tierra y rocoso.
¿Personas? sí algunas.
Y de nuevo una pareja.
No sé por qué me recordó a la de la otra noche en el parque.
Juraría que eran ellos.
Demasiada casualidad para ser verdad.
Quizá no eran tan diferentes, o sí.
Esta vez estaban poseídos por una furia animal.
Como quienes agotan toda su energía antes de un final.
Como quienes saben que deben aprovechar el momento, porque mañana…
¡Mañana quién sabrá!
Se besaban.
Apenas alcanzaban a levantar la mirada.
Giraban la cabeza de lado a lado.
Intentaban descubrir si alguien estaba mirándolos.
¡No!, no me vieron.
Logré mimetizarme y hasta parecer ser parte de ellos o quizá de la montaña.
¿Dejé de mirarlos?
¡No! no pude. Me ganó la curiosidad.
Y debo confesar que con mis palabras no logro transmitir lo que sucedía allí.
Parecía un acto de entrega natural, de nuevo parecía que para ellos no había mañana.
¡Y ya! No voy a describir nada más porque…
Porque deseo respetar su privacidad.
Suficiente con que yo ahora sea parte de ese momento.
De allí, recargada por el salvajismo consensuado de aquel lugar, volví al centro y disfruté de un momento típico. Rodeada de tradiciones culinarias, música y turistas como yo, que se dejan enamorar por los sencillos misterios de Málaga.
Más temprano que tarde era mi hora de regresar.
Me esperaba una larga caminata hasta el tren y debía tomar el de las 10:30.
¿Por qué? no lo sé.
A las 11 había otro tren y a las 11:30 también.
Pero sentía que tenía a un policía presionándome para que me fuera.
Deseando que terminara de alejarme y entendiera que esta había sido mi última oportunidad para permitirme soñar en las calles de Málaga.
¡Sí! Tomé el tren a las 10:30.
Llegué un minuto antes de que saliera.
En casa terminé de empacar mis cosas, que ya estaban bastante adelantadas, desde la noche anterior, en la que entre lágrimas e insomnio busqué algo que hacer.
Olvidé decirte que entre todas esas horas, mis últimas horas en la Costa del Sol, recibí el correo con el resultado de [el puto test] así que debía llegar a cargarlo entre los documentos requeridos por la aerolínea para poder viajar.
Pero sorpresa, por arte de magia ya no aparecía como pendiente este requisito y decidieron validar mi check in sin los resultados.
¿Te imaginas lo que sentí?
Por un momento me dio mucha rabia.
Luego pensé…
No habría ido a Málaga, me habría perdido de todo eso en el banco del paseo marítimo, de sus calles, del mirador, la música y su gente.
Quizá Dios tenía un plan para mi último día allí, y esta fue la mejor forma que encontró para obligarme a recorrer las calles de Málaga antes de regresar a mi casa.
Algo tendría que llevarme de allí.
Seguro más adelante entenderé.
¡Ahora sí se cerró un ciclo!
Como dicen, para que algo nuevo suceda, algo viejo tiene que terminar.
Lo confieso, aunque de nuevo esta mañana dejé rodar muchas lágrimas y estuve a punto de retroceder varias veces, decidí volver a dejarlo en sus manos, a fin de cuentas solo él sabe lo que está escrito para mi.
Desde las 12 salí del departamento, con una maleta que llevaba 9 kilos adicionales a la que empaqué cuando venía.
¿Compré muchas cosas para mí?
No, Para mis sobrinos y la familia.
Lo mío me lo llevo en la mente.
Con miles de vivencias acumuladas.
Con recuerdos y experiencias que me cambiaron.
Y con un aire de despedida.
Un tren, un avión, un bus, otro tren y ahora…más tarde…otro avión. 6.30 km, 9547 pasos y todavía me falta ese último avión que tras 12 horas de vuelo me regresará a donde he estado los últimos 2 años.
¡A Argentina!
Un lugar que seguramente también esconde comidas, música, misterio y explosiones de pasión, pero en el que yo no soy turista.
P.D: A esta hora, mañana habré regresado. Pero también me habré ido.