Decisiones. Para mi, un castigo.


Me pregunto por qué siempre tenemos que elegir una u otra y no podemos quedarnos con las dos.

Acá vamos. De nuevo está pasando.

¿Es que acaso se me olvidó lo que me había prometido?

Será que quizá… 

¡No! Eso no tendría sentido.

O tal vez sí y no quiero aceptarlo.

Aunque últimamente ha sido tan evidente que comienzo a pensar en ello como una posibilidad.

La situación no es tan compleja, es sólo cuestión de elección.

Pero, ¿Qué es lo que pasa con mi cabeza que no logra resolverlo?

¿Acaso será posible que en el fondo el no decidir sea una estrategia para evadir responsabilidades?

O quizá se trate de poner en práctica la filosofía de «soltar y dejar fluir» que tanto añoro.

Pero, es que lamentablemente, hay momentos en los que tienes que decidir, tomar el riesgo y dejarte llevar por ese camino, quizá desconocido, quizá familiar, y experimentar lo bonito y lo feo de tu elección.

Suena bien, pero para nada se siente igual. ¿A quién carajos se le habrá ocurrido poner en práctica tanta libertad filosófica? ¿Es que acaso no se dio cuenta de que nada de esto es cómodo? Y mucho menos real.

Tú, ¿cuál elegirías?
Sí, tú. ¿Qué pasa, tampoco te sientes capaz de seleccionar una opción y descartar otras? Ah… ¿Viste que es difícil?

Una me es tan familiar que puedo cerrar los ojos y sin tener que imaginar la veo con claridad. Recuerdo su forma, su olor y lo que siento cuando está allí, en frente y disponible para mí. 

Pero, ¿no es aburrido elegir siempre lo mismo?

La otra, puedo recrearla, me parece que no hemos tenido la oportunidad de conocernos bien y seguramente me sorprenda, no necesariamente para bien. Y aunque parezco gato a punto de morir por la curiosidad, tengo miedo. Porque puede no gustarme.

¿Que me arriesgue?
Claro, es muy fácil decirlo cuando no se trata de ti. Cuando no hay algo que perder. Anda ¡arriésgate tú!

¡Atrévete a renunciar a una u otra! Quédate en la comodidad de lo conocido. O lánzate a lo incierto de lo desconocido. ¡Haz lo que tú quieras! Pero deja de mirarme con presión para que decida de una buena vez.

Esto es lo que pienso decirle a la chica que tengo justo enfrente mirándome con gesto enojado mientras espera que decida qué voy a comer hoy.

P. D.: Las opciones entre las que no pude decidir eran huevos benedictinos y tostadas francesas. Al final me tomé un té y me fui sin comer. Una conducta típica en mi, terminar renunciando a todo para no elegir.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *