El terror de la corona


Sí Corona…

Así comienza mi relato, una idea que surgió porque por estos tiempos la palabra [corona] está siendo muy nombrada. Pero ya estoy cansada de que todo lo que se relaciona con esta palabra, de alguna manera, está ligado a lo malo, a lo indeseable y a lo que nos hace daño [el terror al corona…]

María Antonieta, la reina francesa conocida por sus excesos volvió a ser noticia.

Por estos días escuchó que en tierras lejanas se hablaba de una corona que ya muchos tenían, y ella, permanecía sin conocerla.

Como de costumbre, se negaba a ser la última en tenerla, su desesperación la llevó a ordenar a todos sus caballeros mover cielo y tierra para traerla.

No sabía cómo era.

Sólo quería poseerla y lograr, de ser posible, robarla a todos los demás, para quedarse con la exclusividad.

Su ímpetu no tardó en dominar las fuerzas francesas y convertirse en la orden del día, si realmente existía esa corona, había que traerla para María.

Pasan los días y parece que no hay tanta información que ayude a ubicar esta corona, por todas partes se habla de ella, pero nadie tiene certeza de su apariencia y esto dificulta la búsqueda.

Por un lado están los que dicen poseerla pero no están seguros.

Por otra parte los que no quieren ni verla y prefieren ocultarse bajo tierra para evitarla.

Y otros que al parecer la tuvieron y murieron en esta lucha por poseerla.

Nadie se explica cómo puede viajar tan rápido, pareciera multiplicarse porque es imposible que haya estado en tantas partes.

No se había visto nunca una movilización así por una corona, se corría el rumor de que en la ciudad donde surgió se habían levantado muros mágicos, confinamientos estrictos.

Se decía que la corona en realidad se había dividido en cientos de joyas y que cada una de ellas en realidad era una corona más.

Bastaba conseguir una sola para esparcirla por el reino y que María Antonieta tuviese lo que necesitaba. 

Se movieron las tropas.

Se izaron las velas.

Se infiltraron espías.

Se armaron las compañías.

Y en secreto, se esparcieron por el mundo camino a la ciudad confinada, buscando rastros de la corona.

Antes que sus enviados armados volvieran, justo en el amanecer de lo que sería la última noche tranquila, empezó a escucharse que la [Corona] venía.

Había sido encontrada.

Algunos pensaban que eran mensajes del este, otros del norte. 

No sabían que la corona ya estaba allí, había sido traída dos semanas atrás por un comerciante de rosas.

El pueblo empezó a sentir el peso del poder.

Caían tumbados en las calles y no volvían a levantarse; los más temerosos se encerraban en sus casas y se escondían en los rincones.

Ella «María» entendió que había tentado a los Dioses.

Sus enviados nunca regresaron, perecieron en el camino bajo la traición de la diadema. 

Se confinó en su torre, deseó no haberse dejado llevar por la ambición y el poder de poseer la Corona. Se sentó en un rincón deseando salir en libertad, sin pertenecer a la monarquía, sin ser vista por la corona.

Pero sabía que allí afuera la Corona continuaba azotando sin diferenciar clase social, atacando con sus propias manos.

Sola, en su habitación, rodeada de inocentes ramos de rosas que parecían sonreír a su avaricia, fue como María Antonieta, la Reina de Francia murió [en mi fantasía] contagiada de un virus mortal que mata sin avisar; lo bueno, es que en mi versión de la historia la enterraron con su cabeza.

P.D.: Esto no lo escribí sola, me tuvo que ayudar mi hermano, porque a mitad del ejercicio perdí la inspiración.


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