Ahora te comenzará a pasar igual.
Nunca antes había sentido un dolor tan intenso, de hecho nunca había sentido en carne propia una tortura.
Es casi como un latido interminable justo en mi mejilla del lado izquierdo.
Parece como si mis muelas van a salir volando, la nariz me hubiese crecido el triple y la cabeza me va a explotar.
Tengo la extraña sensación de haber recibido una golpiza de esas que duran para toda la vida.
¿Acaso así se sentirán los borrachos luego de caer por las escaleras? ¿Un boxeador al día siguiente de la pelea? ¿O un karateca luego de haberse llevado la medalla que lo consagró como campeón mundial?
Y si fuese poco, ese extraño sabor.
A ver intentaré describirlo: metal, menta, clavo, algo de canela, un poco de sal y sangre. Definitivamente este será un día para recordar.
Pero los pongo en contexto.
Vamos atrás, unos minutos antes de que comenzara mi tortura.
Venía sintiéndome mal, sabía que esto no lo resistiría.
Algo tenía que hacer para ponerle fin, pero quería librarme del drama, de los lamentos y de esa angustia de no saber qué vendrá luego – Juro que lo intenté.
Inventé todas las excusas posibles, me ocupé y trabajé mucho más, hice las cosas de casa, ayudé a quien no lo necesitaba, hice de todo para mantenerme ocupada. ¡Pero pasó!
Todo se derrumbó.
Así como por arte de magia, por la mañana, luego de preparar un té, porque la verdad no pasé muy buena noche, sentí como se derrumbó dentro de mi eso que aún quedaba. Ya no había vuelta atrás, cayó tan fuerte que retumbó en mi oído y literal se sintió como una piedra entre los dientes.
Allí fue cuando entendí que no existía manera de postergarlo un poco más, allí fue cuando decidí que tenía que ir a su encuentro, aunque fuera toda una tortura, enfrentarme a él, mirarlo fijamente y ser totalmente honesta.
Entonces, luego de dejar pasar unas horas, porque tenía que trabajar y terminar un urgente [si, lo sé, seguía poniendo excusas] me dispuse a ir en su búsqueda.
El encuentro.
Pensé que sería más sencillo, pero antes de encontrarlo crucé la calle, lo esquivé, intenté no verlo, hice de todo.
Hasta que abrí la puerta y me decidí a preguntar por él habrán pasado unos minutos y me pidieron entrar.
Comenzó preguntando qué pasaba y me pidió esperar un poco, evaluar bien las cosas, sacar unas cuentas y luego podríamos decidir qué medida tomar.
Al cabo de unos minutos estaba como siempre que lo veía, acostada boca arriba, mirando el techo, rodeada de luces, con los ojos entreabiertos y con esa sensación de querer escapar.
Pero resultaba imposible, estaba atada y tenía que vivir esta tortura.
Le escuchaba y trataba de pensar en algo más.
Mientras preparaba sus juguetes comencé a imaginar que estaba dibujando, haciendo esculturas, tallando madera…quién sabe cuántas cosas pasaron por mi mente antes de siquiera ser consciente de que ya había invadido mi cuerpo, me tenía tomada por el cuello y hurgando en mi boca.
P.D.: Ahora debo esperar unos días, volver al odontólogo y terminar con esta tortura.