Esta no es para ti Francisco, es para una amiga fugaz.
Me siento Alejandro Sanz pidiendo disculpas en la canción [Amiga mía] justo en la parte que dice [Yo quiero regalarte una poesía, tú piensas que estoy dando las noticias…esta es mi manera de decir las cosas, no es que sea mi trabajo es que es mi idioma].
Y me siento extraña mientras escribo, porque yo no suelo llamar [amiga] a casi nadie y menos en poco tiempo, pero me nace llamarte así, te ganaste un puesto importante y siempre serás la amiga emigrante de tierras frías.
¿Alguna vez has sentido la corriente?
¿Jugaste cuando eras niña a conectarte a un cable y experimentar esa sensación extraña y agradable?
Es uno de los primeros momentos de [un dolor extraño] que experimentamos, porque suele pasar mientras somos niños. Y lo que no entendemos en ese momento es que abrimos la puerta del masoquismo y esa puerta no tiene posibilidad de cerrarse.
Sí! el masoquismo, leíste bien.
Desde ese momento nos expondremos a corrientazos durante toda la vida, porque irónicamente, aunque duelen, los necesitamos para vivir.
Ya debes saber por dónde vengo, eres inteligente y sabes leer entre líneas. Ahora mismo seguro te estás riendo ¿o me equivoco?
Sí, ya sé que tú no la conoces, pero te la puedo describir rápido para que estés más en contexto. ¡Acá vamos! haré mi mejor esfuerzo.
Ella es de cuerpo fuerte y pequeño, cabello corto y aparentemente al descuido, pero en ese descuido existe un orden. Usa anteojos y los trata con cuidado, al cambiar entre los formulados y los de sol suele limpiarlos.
Se ríe tímidamente y con pena porque no quiere llamar la atención; es culta, tiene temas de conversación y muy inteligente. Una mujer que ha vivido muchas experiencias y que alberga algo de dolor en su cerebro.
Sí, no dije en su corazón, porque soy una fiel defensora de la teoría de que el amor y todos los otros sentimientos pertenecen al cerebro y no al corazón.
Ella como yo, tiene una contradicción muy grande entre fortaleza y necesidad de contención, también graba momentos de dolor en su cuerpo y huye cuando está a punto de colapsar o ahogarse.
Creo que con esto es suficiente para que puedas crear su imagen en tu mente mientras lees, si es que quieres leerlo, a fin de cuentas no escribí esto para ti, sino para ella.
Hoy quisiera darte un abrazo silencioso, decirte muy bajito que lo siento y te entiendo, porque sin importar si estás en lo correcto o no, hiciste lo que necesitas para protegerte y eso es lo importante.
Porque quizá este mes te has expuesto exageradas veces a esos cortocircuitos enviciantes, los que de alguna forma te dañan pero te recuerdan que estás viva, que sientes y que hay algo más allá de la rutina de la vida.
¿Masoquismo? quizá. Pero yo más bien lo asociaría con adrenalina, y esta si que es indispensable en la vida; de lo contrario resulta casi imposible mantenernos en movimiento.
¿Has visto esas personas que pasan los días entre un sillón y otro, comiendo por inercia y respirando porque no tienen otra opción? estoy segura de que ellos no tienen ni un poco de adrenalina porque si la tuviesen les resultaría imposible vivir así.
Ya me desvié de nuevo.
Creo que estoy logrando ser tan dispersa cuando escribo, que casi iguala lo que me pasa cuando converso. ¿Recuerdas las conversaciones que tuvimos? Hablamos de todo en tan poco tiempo que me atrevería a afirmar que nos conocíamos desde hace mucho tiempo.
Volviendo a los corrientazos, son como los tatuajes, exposiciones contínuas a un dolor soportable y placentero que de alguna forma te marca y llegas a necesitar. Y esto, aunque a mi me encanta y confieso que se me ha vuelto enviciante, tiene su lado negativo.
¡Nunca pensé que diría esto!
Aunque técnicamente no lo he dicho, lo escribí. Lo malo de esto es que nos acostumbramos a aguantar dolor y a no quejarnos, a soportar momentos incómodos a cambio de algo que queremos tener después, siempre esperamos que la próxima vez sea diferente o duela menos porque ya nos vamos acostumbrando.
¿Me vas captando la idea verdad? ¿Ya sabes por dónde voy?
¡Así es!
Ya más arriba te dije que eres inteligente y sé que me entenderías.
Lo que realmente sucede es que nos acostumbramos al dolor y creemos [en nuestro subconsciente] que para poder disfrutar de algo realmente bueno, tenemos que experimentar dolor, tenemos que sufrir y además es lo que merecemos. Nos sorprende cuando algo bueno ocurre sin esa carga de drama y dolor y no creemos que pueda ser verdad, nos resistimos a la felicidad plena, que aunque dure unos pocos minutos, puede ser deliciosa.
¿Lo peligroso?
Algunas veces se nos va de las manos y no distinguimos entre el dolor y el placer y es cuando, inevitablemente, ocurre un cortocircuito y colapsamos.
¿Que si me ha pasado?
Un millón de veces, y seguro me falta un millón más.
Pero no perderá la oportunidad de decir que no es lo más sano, no es la única forma y no es ley que tengamos que sufrir para merecer un buen momento.
Estoy segura de que hay personas a quienes les duele menos, que son capaces de experimentar un cortocircuito y seguir de largo como si nada, pero habemos otras hipersensibles a las que algunas [tonterías] nos destruyen, nos hacen gritar y llorar. Esas somos nosotras.
P.D.: nos debemos un pain perdu, en Paris.